Repartido en varias zonas de esta ciudad, el festival de Toronto es diferente a la mayoría de los otros grandes (Cannes, Berlín, Venecia) en más de un sentido. No consta solamente de estrenos mundiales, no tiene una competencia oficial y es mucho más abierto al público. Sin embargo, sigue siendo el de mayor concentración de películas (más de 350), estrellas (más que en todos los otros eventos) y directores reconocidos (vienen casi todos). "Un gran supermercado del cine", como lo definen los habitués.
En ese supermercado, claro, uno puede hacer su propio recorrido por las góndolas y tomar los "productos" que más le interesan. Eso hacen los compradores, que desembarcan aquí para llevarse películas a sus países, y también los periodistas y críticos, que pueden compartir un mismo festival sin jamás cruzarse en una sala.
Por eso, un balance parcial de lo que fue Toronto debería centrarse, primero, en lo que se descubrió aquí, lo que se dio a conocer mundialmente. Y, en ese sentido, queda claro que los dos títulos que "le robó" este festival a Venecia –no se entiende bien por qué: de haber estado allí seguramente se hubieran llevado algún premio- fueron los más comentados.
A Serious Man es el filme más personal de la carrera de los hermanos Coen y un retorno al estilo de la época de Barton Fink en el cual su cinismo y misantropía no era aún tan predominante como lo fue años después. Aquí hay algo de eso, igualmente, pero la candidez de su personaje principal –un padre de familia judía en la década del '60 al que le pasa, literalmente, de todo- humaniza todo lo que se ve.
Up in the Air, del canadiense Jason Reitman, es de esas películas que no van a faltar a la hora de las nominaciones al Oscar. Una comedia dramática con toques sociales acerca de un hombre (George Clooney) que se dedica a echar personas de sus trabajos, el filme tiene un arco narrativo similar al de filmes como Jerry Maguire, y parecido tono entre lo gracioso, lo romántico y lo, si se quiere, político.
Toronto es el lugar ideal, también, para el lanzamiento de filmes que no son material clásico de festivales. Así es que el paso por la alfombra roja -y la actitud menos crítica de los medios norteamericanos- les sirve como gran plataforma de lanzamiento a películas que van desde lo simpático (como Whip It, de Drew Barrymore, The Invention of Lying, de Ricky Gervais, o Youth in Revolt, de Miguel Arteta) a lo mediocre (Creation, de Jon Amiel, o Jennifer's Body, con Megan Fox), además de las que vienen de Venecia y otros festivales y que salen de aquí con perspectivas de premios o de éxito comercial, como An Education, de Lone Scherfig; El desinformante, de Steven Soderbergh, o The Hole 3D, de Joe Dante.
El resto de los filmes nuevos se dividen entre los que son bastante pobres (demasiados como para citarlos aquí) y los que pueden seguir dando noticias. En ese apartado, como casi siempre, hay que destacar la presencia francesa. Los filmes de Bruno Dumont, Catherine Corsini (Partir), Christophe Honoré (Making Plans For Lena) y Francois Ozon (Le refuge) salen de aquí con aplausos a comenzar su carrera internacional.
En ese supermercado, claro, uno puede hacer su propio recorrido por las góndolas y tomar los "productos" que más le interesan. Eso hacen los compradores, que desembarcan aquí para llevarse películas a sus países, y también los periodistas y críticos, que pueden compartir un mismo festival sin jamás cruzarse en una sala.
Por eso, un balance parcial de lo que fue Toronto debería centrarse, primero, en lo que se descubrió aquí, lo que se dio a conocer mundialmente. Y, en ese sentido, queda claro que los dos títulos que "le robó" este festival a Venecia –no se entiende bien por qué: de haber estado allí seguramente se hubieran llevado algún premio- fueron los más comentados.
A Serious Man es el filme más personal de la carrera de los hermanos Coen y un retorno al estilo de la época de Barton Fink en el cual su cinismo y misantropía no era aún tan predominante como lo fue años después. Aquí hay algo de eso, igualmente, pero la candidez de su personaje principal –un padre de familia judía en la década del '60 al que le pasa, literalmente, de todo- humaniza todo lo que se ve.
Up in the Air, del canadiense Jason Reitman, es de esas películas que no van a faltar a la hora de las nominaciones al Oscar. Una comedia dramática con toques sociales acerca de un hombre (George Clooney) que se dedica a echar personas de sus trabajos, el filme tiene un arco narrativo similar al de filmes como Jerry Maguire, y parecido tono entre lo gracioso, lo romántico y lo, si se quiere, político.
Toronto es el lugar ideal, también, para el lanzamiento de filmes que no son material clásico de festivales. Así es que el paso por la alfombra roja -y la actitud menos crítica de los medios norteamericanos- les sirve como gran plataforma de lanzamiento a películas que van desde lo simpático (como Whip It, de Drew Barrymore, The Invention of Lying, de Ricky Gervais, o Youth in Revolt, de Miguel Arteta) a lo mediocre (Creation, de Jon Amiel, o Jennifer's Body, con Megan Fox), además de las que vienen de Venecia y otros festivales y que salen de aquí con perspectivas de premios o de éxito comercial, como An Education, de Lone Scherfig; El desinformante, de Steven Soderbergh, o The Hole 3D, de Joe Dante.
El resto de los filmes nuevos se dividen entre los que son bastante pobres (demasiados como para citarlos aquí) y los que pueden seguir dando noticias. En ese apartado, como casi siempre, hay que destacar la presencia francesa. Los filmes de Bruno Dumont, Catherine Corsini (Partir), Christophe Honoré (Making Plans For Lena) y Francois Ozon (Le refuge) salen de aquí con aplausos a comenzar su carrera internacional.