Collard fue un referente en los años que le tocó vivir y morir. En cierto modo podría pensárselo como contrafigura de André Guivert, quien a partir del sida generó una formidable literatura de autoobservación, una curiosa forma productiva del narcisismo. Los dos utilizaron la palabra y la imagen. Pero Collard planteó la salida al mundo exterior vital y desentendida en cierta forma del regodeo romántico en la tragicidad del sida. Fueron dos visiones de un mismo trasfondo.
También generó un debate ético en Francia, ya que su personaje en Las noches salvajes no le cuenta a Laura que es portador, ni usa preservativo. Laura no se infecta, pero esto ya es parte de la trama y el triángulo amoroso.
Hay en el libro páginas oscuras y brillantes sobre el amor sensual, la vida peligrosa y el amor loco, porque Laura enloquece y atiborra de mensajes cada vez más inquietantes el contestador automático del protagonista. Cuando Collard murió, pocos días antes de que la película fuera premiada por la Academia de Cine de Francia, dejó la sensación de fuerte verismo de todo aquello que había sido escrito. Más allá de lo autobiográfico, selló la verdad de las noches salvajes.