Tal vez el amor sea algo más cerebral que estomacal, visceral. A Stéphane le pasa algo así: entre nervioso, confundido y feliz, no logra comprender cómo es que la mujer de sus sueños —literalmente— puede recitarle una carta que él sólo le escribió mientras soñaba. Pero es así.
Para el joven, todo (todo es esa relación tan singular que tiene con su vecina Stephanie, en París) es producto de un azar paralelo sincronizado. Así le gusta denominar a esa cosa llamada amor verdadero. Y con frases del tipo "los hombres no son maniáticos sexuales", que reciben como respuesta cuestionamientos a que "las mujeres son románticas...", Stéphane anda por la vida con el sentimiento a flor de piel, casi casi en carne viva.
Alejado de algunos —no todos— los clisés del género romántico, con reflexiones, autocomplacencia, y cierto espíritu adolescente campeando por cada una de las escenas, Soñando despierto tiene momentos de brillante locura. Stéphane (Gael García Bernal) es un tímido mexicano que se ha mudado a París para estar más cerca de su madre cuando su padre fallece de cáncer, y que termina (o empieza) enamorándose de una vecinita de enfrente.
Stéphane regresa a su cuarto de la infancia, el que dejó para seguir a su padre cuando éste abandonó a su madre, y allí respira y se siente como un niño. Sueña como tal, mantiene recuerdos de su infancia, tiene sus inventos. Toda esa regresión es la que —tal vez, y sólo tal vez— motiva que sus sueños sean lo que son, producto de una imaginación a toda prueba.
Hay algunas cosas que Gondry no supo remediar. Por ejemplo, la cara de abulia de Charlotte Gainsbourg, bastante desdibujada en su actuación, por cierto. Pero la imaginación del realizador pica alto en momentos en los que Stéphane sueña, y se ve a sí mismo como el conductor de un programa de TV con cámaras de cartón, en que se comentan aspectos de su vida, soñada o no. El director parece homenajear la animación de Europa del Este.
También, pero en la vida real, Stéphane tiene una máquina del tiempo, que apretando un botón permite ir a instantes pasados o que sucederán en un futuro inmediato. Y si usted sigue leyendo hasta aquí, es porque cree que mucho de lo que le están contando puede tener cierta lógica. Lo mismo sucede con el espectador sentado en el cine..
El encanto de su inocencia es inmenso, tanto como su manejo artístico, su universo interior. Pero si Stéphane les parece excéntrico, esperen a conocer a sus compañeros de trabajo en una empresa que publica calendarios. O el novio de su madre. O...
Con respecto a Eterno resplandor de una mente sin recuerdos, la anterior realización de Gondry, no tiene esas líneas de humor que la hicieron tan particular, pero la carga de romanticismo es la misma.
Es como un sueño, que no tiene otra lógica que la de dejar ser. Y lejos de un filme lineal, Soñando despierto podrá parecer un bodrio a aquéllos que no tienen más que límites en sus cabezas y no se puedan imaginar un mar de celofán donde navegar, tranquilos, con el amor de sus vidas.
Para el joven, todo (todo es esa relación tan singular que tiene con su vecina Stephanie, en París) es producto de un azar paralelo sincronizado. Así le gusta denominar a esa cosa llamada amor verdadero. Y con frases del tipo "los hombres no son maniáticos sexuales", que reciben como respuesta cuestionamientos a que "las mujeres son románticas...", Stéphane anda por la vida con el sentimiento a flor de piel, casi casi en carne viva.
Alejado de algunos —no todos— los clisés del género romántico, con reflexiones, autocomplacencia, y cierto espíritu adolescente campeando por cada una de las escenas, Soñando despierto tiene momentos de brillante locura. Stéphane (Gael García Bernal) es un tímido mexicano que se ha mudado a París para estar más cerca de su madre cuando su padre fallece de cáncer, y que termina (o empieza) enamorándose de una vecinita de enfrente.
Stéphane regresa a su cuarto de la infancia, el que dejó para seguir a su padre cuando éste abandonó a su madre, y allí respira y se siente como un niño. Sueña como tal, mantiene recuerdos de su infancia, tiene sus inventos. Toda esa regresión es la que —tal vez, y sólo tal vez— motiva que sus sueños sean lo que son, producto de una imaginación a toda prueba.
Hay algunas cosas que Gondry no supo remediar. Por ejemplo, la cara de abulia de Charlotte Gainsbourg, bastante desdibujada en su actuación, por cierto. Pero la imaginación del realizador pica alto en momentos en los que Stéphane sueña, y se ve a sí mismo como el conductor de un programa de TV con cámaras de cartón, en que se comentan aspectos de su vida, soñada o no. El director parece homenajear la animación de Europa del Este.
También, pero en la vida real, Stéphane tiene una máquina del tiempo, que apretando un botón permite ir a instantes pasados o que sucederán en un futuro inmediato. Y si usted sigue leyendo hasta aquí, es porque cree que mucho de lo que le están contando puede tener cierta lógica. Lo mismo sucede con el espectador sentado en el cine..
El encanto de su inocencia es inmenso, tanto como su manejo artístico, su universo interior. Pero si Stéphane les parece excéntrico, esperen a conocer a sus compañeros de trabajo en una empresa que publica calendarios. O el novio de su madre. O...
Con respecto a Eterno resplandor de una mente sin recuerdos, la anterior realización de Gondry, no tiene esas líneas de humor que la hicieron tan particular, pero la carga de romanticismo es la misma.
Es como un sueño, que no tiene otra lógica que la de dejar ser. Y lejos de un filme lineal, Soñando despierto podrá parecer un bodrio a aquéllos que no tienen más que límites en sus cabezas y no se puedan imaginar un mar de celofán donde navegar, tranquilos, con el amor de sus vidas.