Así, el séptimo disco de la neoyorquina se convierte en un involuntario autorretrato, aunque varias de sus canciones versen sobre la metrópoli de los rascacielos o sus singulares habitantes, desde la novelista Edith Wharton al amor imposible entre Ava Gardner y Frank Sinatra (“Frank & Ava”). “Me fascina la iconografía del cine antiguo, el blanco y negro, la elegancia que desprendían Marlene Dietrich o Humphrey Bogart. Esa canción es un pequeño tributo al glamour desde mi posición de persona nada extravagante”, dice ella. Pero Suzanne también le canta a un grafitero al que conoció en el entierro de su hermano (“Zephyr & I”), a un amigo fallecido en el 11-S (“Angel’s doorway”), a su hija de nueve años (“As you are now”) y hasta a su nuevo marido (“Bound”), un poeta callejero que ya le había pedido matrimonio, infructuosamente, 20 años atrás.
“Sé que nuestro noviazgo tiene algo de inverosímil”, dice entre risas. “Llegué a la conclusión de que mi vida está presidida por los guiños del destino. De pequeña me sentía especial, diferente, más próxima a Oliver Twist o David Copperfield que a mis compañeros de clase. Percibo como si cierto tipo de cosas sólo me pudieran suceder a mí.” Algunos episodios resultan, en efecto, impredecibles. Como el éxito descomunal de “Luka”, hace dos décadas, del que su autora sigue sintiéndose muy orgullosa. “Cuando terminé de escribir aquella historia, pensé que muchos no la entenderían y que a otros les horrorizaría su trasfondo de abusos infantiles. Soy la menos cualificada para predecir qué sucederá con mis canciones. ‘Caramel’ se incluyó en dos películas, mientras que ‘Penitent’, a la que siempre vi como mi composición más cinematográfica, aún no apareció en ninguna...”.