Si a eso se le suma la clásica love story metida con calzador, se agregan apropiaciones demasiado visibles de películas demasiado recientes (El diablo viste a la moda, Sex and the City) y se recuerda que en toda la segunda parte la chica debe atravesar un purgatorio de sufrimiento, arrepentimiento, grupo de autoayuda y expiación, se convendrá que los tiempos de El casamiento de Muriel (y hasta de La boda de mi mejor amigo y Unconditional Love) dan la impresión de haber quedado muy lejos para el australiano P. J. Hogan. Eso sí: jugando en la misma liga de ingenuas en que lo hace la desarmante Amy Adams (la de Encantada), la pelirroja Isla Fisher demuestra gracia, encanto y el suficiente talento para la comedia física, como para transmutar un soso baile romántico en un ridículo tan irresistible como aquellas patadas contracturadas que Julia Louis Dreyfuss lanzaba en algún episodio de Seinfeld.
18 marzo 2009
Loca por las compras
Habituado a funcionar sobre la base de la identificación, cada vez que debe abordar una conducta “viciosa” Hollywood se hace un nudo y no sabe cómo hacer del héroe un modelo que, a la vez, resulte condenable. Se trate del tráfico de armas (El señor de la guerra, con Nicolas Cage), la promoción del consumo de tabaco (Gracias por fumar, con Aaron Eckhart), el periodismo de guerra practicado por puro cinismo (Corresponsales en peligro, con Richard Gere) o, como en este caso, la adicción a las compras, la fórmula de compromiso es siempre la misma: glorificación al principio, condena al final. Con lo cual el espectador dócil puede salir del cine sin saber muy bien si ir corriendo a comprarse todo o, por el contrario, mirar para otro lado cada vez que pasa al lado de una vidriera. Loca por las compras se basa en dos populares “novelas para mujeres” (lo que se conoce como chick-lit), escritas por Sophie Kinsella. Como lo muestra una de las primeras escenas, la protagonista, una chica poco menos que treintañera llamada Rebecca Bloomwood (la australiana Isla Fisher), cambió el sueño del príncipe azul por el de la compra perfecta, no pudiendo resistir el llamado de cada escaparate. Hasta el punto de que llega a fantasear unos maniquíes que no le guiñan, como al protagonista de Balada para un loco, sino que le hablan, “convenciéndola” de la compra. Más allá de que el espectador o espectadora puedan sentir identificación o piedad por ella, el guión de Loca por las compras solicita una suspensión de la incredulidad tal que, una vez que se la aceptó como periodista, debe admitírsela como columnista estrella de una publicación financiera. Materia de la que, por cierto, lo ignora todo. Se supone que la consagración le llega gracias al “sentido común” que –se supone otra vez– esta chica, que vive en una nube color rosa, poseería.