El matrimonio integrado por Jonathan Dayton y Valerie Faris, veterano en el campo de la publicidad y los videoclips, probó suerte por primera vez en el largometraje con esta modesta comedia de situaciones llamada Pequeña Miss Sunshine y no le pudo haber ido mejor: en enero del año pasado fue saludada como la revelación de Sundance y se vendió inmediatamente a la compañía Fox para su distribución internacional. Tal como lo entiende la cultura estadounidense, no se puede decir que Dayton & Faris sean unos perdedores, precisamente, pero de ellos dicen ocuparse, a partir de un guión de Michael Arndt que sabe exactamente qué botones pulsar y cuál es el momento más adecuado para hacerlo.
Teniendo en cuenta esta cualidad casi mecánica del producto, debe decirse sin embargo que Little Miss Sunshine tiene un comienzo promisorio, con no pocos momentos de humor genuino, sobre todo en la presentación de sus personajes y del motor que los pone en marcha. Sucede que Olive –una suerte de Betty la Fea de primer grado– tiene la insólita, azarosa oportunidad de presentarse en un beauty contest en Redondo Beach, California, bien lejos de la casa de los Hoover en el polvoriento Albuquerque, estado de Nuevo México. De ahí que todos –previa discusión familiar– tengan que subirse a una vieja y destartalada combi Volkswagen tipo Scooby-Doo para darle el gusto a la nena. El bueno de Dwayne (que a través de su anotador les hace saber a sus padres que los odia) en principio se niega, pero no lo pueden dejar solo al chico. Mucho menos a Frank, que todavía tiene las muñecas vendadas después de haber intentado rebanárselas. El abuelo Edwin es el entrenador oficial de la concursante –en la escena final se verá cuál es el tenor del número musical que le hizo preparar– y Mam & Dad, a pesar de estar en bancarrota, no pueden negarle ese sueño a su hija.
Previsiblemente, el camino le deparará a los Hoover más de una sorpresa, en su mayoría calamidades de distinto grado, desde la rotura de la caja de cambios (que los obliga a empujar la combi cada vez que se detienen) hasta una muerte inoportuna, que los pondrá en la necesidad de viajar con un cadáver en el baúl, para poder llegar a tiempo al concurso. En su calculada estrategia, a Little Miss Sunshine no le falta nada: tiene un elenco eficaz, pleno de nombres en ascenso (y alguno también en noble descenso, como el viejo Alan Arkin); juega un par de cartas seguras en el imaginario del cine independiente estadounidense (la road movie, la familia disfuncional) y es lo suficientemente liviana y condescendiente como para no herir la susceptibilidad del público de los multicines, como le suele ocurrir en cambio a Todd Solondz, otro director salido de Sundance que disfruta burlándose del provincianismo y la fealdad de sus personajes.