04 diciembre 2009

Criatura de la noche : Romanticismo bello y terrorífico

Algunos opinan que en Criatura de la noche, del sueco Tomas Alfredson -basada en la novela Déjame entrar, de John Lindqvist- prevalece la historia de vampiros; otros, la de amor. La atracción casi hipnótica que provoca la película se basa, precisamente, en su carácter lábil, inasible, indefinible, ambiguo: el mismo de su protagonista femenina, Eli, interpretada magistralmente por Lina Leandersson: una niña, llamémosle, vampiresa. Aclaremos, en este punto, que Criatura... no desecha los lugares comunes del género. Mucho mejor: los reformula como background, los resignifica, les da un tratamiento delicado y novedoso -perdido en el cine de terror-; los transforma en una hermosa, potente, siniestra combinación de arte y divertimento.

El miedo y la furia, la angustia y la potencia/impotencia adolescente, son el motor de este filme que cruza una y otra vez la frontera entre realidad y fantasía. En un suburbio de Estocolmo, siempre helado y nocturno, vive Oskar (Kare Hedebrant): un chico abusado por sus compañeros, que amenaza con convertirse en una especie de personaje de Elephant. De algún modo, le fascina que en su barrio estén apareciendo cadáveres desangrados. Como también que llegue Eli, un vecinita que se instala con un hombre mayor. En el primer diálogo entre ambos, en medio de la noche y la nieve, Oskar se sorprende de que ella esté desabrigada y despida un aroma raro. El le dice que tiene 12 años; ella, que tiene 12 desde hace mucho tiempo.

En el horror, como en el erotismo, lo sugerido es mucho más eficaz que lo mostrado. En las antípodas del terror pornográfico de sagas como El juego del miedo y tantas otras, Criatura... excita -aterroriza- con lo entrevisto, lo inexplicado, lo imprevisto: así hunde al espectador en una suerte de estado de irrealidad y otredad que conoce el que ha presenciado algún accidente grave. Alfredson crea una atmósfera gélida y espectral -con una fotografía y un trabajo sonoro, muchas veces basado en el silencio, impresionantes- y prefiere los planos generales, en los que algún detalle quiebra la lógica de esa composición y petrifica al que mira. El maniqueísmo y el juicio moral quedan afuera de este sofisticado -y a la vez simple, a la mirada del espectador- relato trágico.

En la novela de Lindqvist, también autor del guión, Eli es un chico castrado 200 años antes; en la película, una anciana encerrada en un cuerpo infantil, o algún ente no aclarado. Varias veces, le pregunta a Oskar si ella le atraería igual si no fuera una niña. Las paredes y los vidrios, como los siglos y la condición, los separan: hablamos de la infinita atracción y desdicha de los amores imposibles. De un chico extraño y una niña sobrenatural que provocan empatía. Y terror y comprensión y lirismo.

La historia transcurre en el mundo bipolar de los '80. El título original -basado en la leyenda de que los vampiros sólo pueden entrar si se les permite el paso- fue traducido como Let the Right One In (Deja entrar al correcto), que refiere además al romántico y fatalista Let the Right One Slip In, de Morrisey. En España, se degradó a Déjame entrar; en la Argentina, a Criatura de la noche. Esperemos que el descenso termine acá. Leve reparo local a una película bella y terrible, cargada de significados que el espectador puede o no intentar interpretar. Una obra mayor, detrás de su sencilla apariencia.