Probablemente no lo haya meditado a la hora de aceptar ponerse en el cuerpo de Juliette, pero Kristin Scott Thomas -más que en El paciente inglés, o en Angeles & insectos- entrega el papel de su vida en su elogiada carrera.
La versatilidad de la actriz inglesa, que suele filmar en Francia, como éste es el caso, la lleva a poder protagonizar dramas, comedias o hasta bodrios hollywoodenses, pero -siempre- hacer creíbles sus criaturas. Y Juliette necesitaba mucha carne para poder transmitir los estados de ánimo de una mujer a la que se descubre en el primer fotograma entre perdida e ida.
La película comienza con un plano de Juliette, sentada en un aeropuerto. La pasa a buscar alguien, una mujer más joven, que la recibe con inusual afecto. No sabemos quién es una y otra, ni por qué está destruida esa mujer que no sonríe y a la que Léa le ofrece un cuarto en su hogar.
Es esa intriga inicial casi indispensable para dejarse subyugar por el relato, siempre sobrio, del director debutante Philippe Claudel. Porque una vez que uno de los secretos de los que no se habla en la casa de las hermanas Fontaine se devele, habrá que dilucidar y comprender por qué Juliette hizo lo que hizo. Si es que en algún momento en la película se explique.
Tanto misterio obedece a que Hace mucho que te quiero es una obra a la que conviene llegar casi sin información, como esos libros que gusta disfrutar y descubrir en cada vuelta de página.
La película versa sobre los dolores que ocasiona un acto seguramente censurable, no sólo en la protagonista, sino en la gente que hoy la rodea y que por algún motivo no estuvo allí cuando ella más los necesitara. Dolores y, claro, también silencios.
Fue Scott Thomas quien pidió al guionista y director que Juliette no hablara, no contara ni explicara tanto en sus encuentros con su hermana, su cuñado y los otros personajes. La actriz cuenta más acerca de la protagonista con su postura, sus gestos, sus ademanes y la mirada, esa mirada que comunica más que un par de palabras. Menos es muchas veces más.
En cómo Léa (Elsa Zylberstein, que ganó el César a la mejor actriz de reparto) pueda quebrar ese hielo que la separa de su hermana mayor, y en cómo la verdad, o al menos una verdad, cuando surja a la superficie, pueda ser asimilada por quienes rodean a Juliette, e interese en mayor o menor medida la mirada de los otros se va construyendo el filme.
Hace mucho que te quiero es un melodrama adulto, provocador, fuerte, en el que Kristin Scott Thomas desnuda el alma de su personaje. Casi imperturbable, la pregunta del final es si uno acuerda o no con la decisión de Juliette. Gran película
La versatilidad de la actriz inglesa, que suele filmar en Francia, como éste es el caso, la lleva a poder protagonizar dramas, comedias o hasta bodrios hollywoodenses, pero -siempre- hacer creíbles sus criaturas. Y Juliette necesitaba mucha carne para poder transmitir los estados de ánimo de una mujer a la que se descubre en el primer fotograma entre perdida e ida.
La película comienza con un plano de Juliette, sentada en un aeropuerto. La pasa a buscar alguien, una mujer más joven, que la recibe con inusual afecto. No sabemos quién es una y otra, ni por qué está destruida esa mujer que no sonríe y a la que Léa le ofrece un cuarto en su hogar.
Es esa intriga inicial casi indispensable para dejarse subyugar por el relato, siempre sobrio, del director debutante Philippe Claudel. Porque una vez que uno de los secretos de los que no se habla en la casa de las hermanas Fontaine se devele, habrá que dilucidar y comprender por qué Juliette hizo lo que hizo. Si es que en algún momento en la película se explique.
Tanto misterio obedece a que Hace mucho que te quiero es una obra a la que conviene llegar casi sin información, como esos libros que gusta disfrutar y descubrir en cada vuelta de página.
La película versa sobre los dolores que ocasiona un acto seguramente censurable, no sólo en la protagonista, sino en la gente que hoy la rodea y que por algún motivo no estuvo allí cuando ella más los necesitara. Dolores y, claro, también silencios.
Fue Scott Thomas quien pidió al guionista y director que Juliette no hablara, no contara ni explicara tanto en sus encuentros con su hermana, su cuñado y los otros personajes. La actriz cuenta más acerca de la protagonista con su postura, sus gestos, sus ademanes y la mirada, esa mirada que comunica más que un par de palabras. Menos es muchas veces más.
En cómo Léa (Elsa Zylberstein, que ganó el César a la mejor actriz de reparto) pueda quebrar ese hielo que la separa de su hermana mayor, y en cómo la verdad, o al menos una verdad, cuando surja a la superficie, pueda ser asimilada por quienes rodean a Juliette, e interese en mayor o menor medida la mirada de los otros se va construyendo el filme.
Hace mucho que te quiero es un melodrama adulto, provocador, fuerte, en el que Kristin Scott Thomas desnuda el alma de su personaje. Casi imperturbable, la pregunta del final es si uno acuerda o no con la decisión de Juliette. Gran película