El cine y la historia se habían ocupado amplia y morbosamente de Ana Bolena, aquella ambiciosa señora que consiguió volver loco de amor al caprichoso, libertino y cruel Enrique VIII de Inglaterra, un tío con la misma capacidad para encoñarse con las sucesivas mujeres de su corte como para enviarlas a la cárcel, al olvido, al destierro o al verdugo cuando se le acababa la pasión por ellas.
En Las hermanas Bolena, el director Justin Chadwidck también le presta minuciosa atención a la familia de esta temible mujer, obsesionada por lograr poder y dinero del rey maquinando estrategias para que éste les ofrezca compartir su insaciable cama a las chicas de la familia. También centra su mirada y su piedad en María Bolena, una mujer bastante legal que fue el primer cebo que le ofrecieron al rey, del cual acabó enamorándose y dándole un hijo bastardo, siendo sustituida en su privilegiado estatus de amante real por su maquiavélica y cínica hermana Ana. Toda esta intriga acabará cuando Enrique VIII decide que le corten la cabeza a Ana Bolena, la mujer que cambiará la historia de Inglaterra, la pionera de los futuros ríos de sangre que en forma de guerra civil y en nombre de la dichosa religión asolarán años más tarde a ese país.
Realizada con corrección, tiene el aliciente del enfrentamiento entre Natalie Portman y Scarlett Johansson, dos de las más vistosas reinas del cine norteamericano actual. Apreciando siempre el talento de la primera y gustándome o dejándome frío la segunda en función de que la dirijan bien o mal, la interpretación de ambas en esta ocasión no es para guardarla en el recuerdo. Te ocurre lo mismo que con la película, que la ves agradablemente pero se te olvida rápido.
Ballast, dirigida por el primerizo Lance Hammer, interpretada por gente que nunca había actuado delante de la cámara, rodada en tres escenarios y con presupuesto mínimo, posee muchas de las apreciables características, pero también de las tediosas, del cine independiente norteamericano. Cuenta con esforzada sensibilidad y cierta monotonía el áspero reencuentro entre un hombre que ha intentado suicidarse con la deprimida ex mujer de su hermano (que también se suicidó; como ven ustedes, todo cristo secuestra niños o se suicida en la temática de esta Berlinale) y su sobrino, adolescente enganchado al crack y con sombrío futuro. Esta familia en crisis acabará comprendiéndose y otorgándose mutuo calor. Como debe ser, aunque para llegar hasta tan esperanzadora conclusión el espectador se haya aburrido a ratos y sensibilizado en otros con los infortunios cotidianos de la desolada familia.
Katyn tal vez suponga el testamento cinematográfico del venerado y longevo director polaco Andrzej Wadja, señor que me impresionó en algunas de sus primeras películas, como Cenizas y diamantes y Canal, pero del que también he tenido que sufrir variados y prestigiosos aburrimientos. Wadja narra con ambientación de lujo y precisión dramática la masacre en un campo de concentración de soldados, oficiales, policías e intelectuales polacos que perpetraron los servicios secretos rusos en la Polonia que se habían dividido Hitler y Stalin, y que durante mucho tiempo se adjudicó equivocadamente a los invasores nazis. Katyn posee fuerza expresiva, pero también tienes la sensación de que ya la has visto en el cine demasiadas veces.
Fuente : El País