
Por supuesto, Rowena se inmiscuirá en su empresa, logrará que el hombre le eche el ojo (al fin y al cabo es Halle Berry) y se dedicará a hurgar en su PC con la ayuda de un amigo (Giovanni Ribisi) que se dice periodista pero es un vulgar hacker. De allí en más (y apenas pasó la primera mitad), la película es una suma de lugares comunes y disparates de guión. Hay pesadillas que asaltan a Rowena y justifican unos flashbacks injustificables sobre su pasado como niña abusada sexualmente por su padre; hay un viejo amor que Rowena compartía con su amiga y que aparece y desaparece como por arte de magia; hay un admirador secreto de la protagonista que está a la vista de todos salvo de ella; y en el precipitado final hay tantos sospechosos del crimen que da lo mismo quién haya sido, salvo que la resolución es la más absurda de las muchas posibles. Ni siquiera el profesionalismo de Willis alcanza a salvar a Seducción..., segura candidata a los premios Frambuesa.