La crisis de los 30 tal como puede afectar a varones y mujeres sin ninguna clase de apremio económico, con buenas presencias, mejores casas, trabajos seguros, la secreta voluntad de seguir viviendo una eterna vida adolescente con toda la libertad y los sueños por delante y una visible resistencia a asumir compromisos y responsabilidades, a los que ven como garantía de futuro rutinario, frustrante y tedioso. Todo eso, entre relaciones sentimentales que tambalean, complicidades de género, disputas de pareja, infidelidades, reconciliaciones y problemas domésticos.
¿Suena familiar? Se comprende, porque The Last Kiss, tal como lo anticipa el título original, no es sino una remake de El último beso , aquella agridulce comedia italiana, aunque en medida menos estruendosa, el éxito que obtuvo en su país de origen.
Relectura con matices
Una relectura de aquel film, aun con las previsibles adaptaciones a la realidad y el espíritu norteamericanos, pudo haber dado la mejor oportunidad para abordar el tema de la mentada crisis de un modo menos superficial y ahondar -como no lo había hecho Gabriele Muccino- en las raíces de la vaga desazón y los miedos que inquietan a los personajes, un desconcierto que, por otra parte, no es en la sociedad contemporánea exclusividad de un país ni una clase. Pero en este caso la escrupulosa fidelidad al original no resultó un mérito.
El cotizado guionista Paul Haggis, cuya habilidad para reproducir el habla de los norteamericanos es casi tan notoria como su voluntad de complacer al público, introdujo variaciones de otro orden. Variaciones cosméticas, como les gusta decir a los cronistas políticos, y otras destinadas a borrar cualquier rastro de irónico desencanto, acentuar lo melodramático y dejar a todos más o menos contentos.
Historia coral
El conflicto frente a la perspectiva de asumir responsabilidades afecta a todo el grupo de amigos treintañeros, aunque de distintas maneras: Michael (Zach Braff) y Jenna (Jacinda Barrett) están felices con la próxima llegada de su bebe aunque en él crecen las inseguridades que lo llevan a cometer alguna tontería cuando se le cruza en el camino una adolescente resuelta y coqueta (Rachel Bilson); a su amigo Chris (Casey Affleck) no le ha ido tan bien con su pareja después de la paternidad; otro, Kenny (Eric Christian Olsen), se las arregla para estar siempre dispuesto a aventuras de cualquier tipo, especialmente eróticas, y un tercero, Izzy (Michael Weston), apenas puede con su desesperación desde que lo plantó la mujer que amaba. O decía amar porque aquí el amor es muy declamado pero no siempre parece distinguírselo de la pura atracción sexual o del orgullo herido. Salvo, quizás, en el caso de los padres de Jenna (Tom Wilkinson y Blythe Danner), que resuelven pronto (tal vez demasiado pronto) una crisis parecida.
La dirección de Tony Goldwin no brilla por su vivacidad ni muestra demasiada pericia para equilibrar una historia que quiere ser coral, pero sabe sacar provecho de sus excelentes actores y sostener el interés más allá de un final que demora un poco en llegar
¿Suena familiar? Se comprende, porque The Last Kiss, tal como lo anticipa el título original, no es sino una remake de El último beso , aquella agridulce comedia italiana, aunque en medida menos estruendosa, el éxito que obtuvo en su país de origen.
Relectura con matices
Una relectura de aquel film, aun con las previsibles adaptaciones a la realidad y el espíritu norteamericanos, pudo haber dado la mejor oportunidad para abordar el tema de la mentada crisis de un modo menos superficial y ahondar -como no lo había hecho Gabriele Muccino- en las raíces de la vaga desazón y los miedos que inquietan a los personajes, un desconcierto que, por otra parte, no es en la sociedad contemporánea exclusividad de un país ni una clase. Pero en este caso la escrupulosa fidelidad al original no resultó un mérito.
El cotizado guionista Paul Haggis, cuya habilidad para reproducir el habla de los norteamericanos es casi tan notoria como su voluntad de complacer al público, introdujo variaciones de otro orden. Variaciones cosméticas, como les gusta decir a los cronistas políticos, y otras destinadas a borrar cualquier rastro de irónico desencanto, acentuar lo melodramático y dejar a todos más o menos contentos.
Historia coral
El conflicto frente a la perspectiva de asumir responsabilidades afecta a todo el grupo de amigos treintañeros, aunque de distintas maneras: Michael (Zach Braff) y Jenna (Jacinda Barrett) están felices con la próxima llegada de su bebe aunque en él crecen las inseguridades que lo llevan a cometer alguna tontería cuando se le cruza en el camino una adolescente resuelta y coqueta (Rachel Bilson); a su amigo Chris (Casey Affleck) no le ha ido tan bien con su pareja después de la paternidad; otro, Kenny (Eric Christian Olsen), se las arregla para estar siempre dispuesto a aventuras de cualquier tipo, especialmente eróticas, y un tercero, Izzy (Michael Weston), apenas puede con su desesperación desde que lo plantó la mujer que amaba. O decía amar porque aquí el amor es muy declamado pero no siempre parece distinguírselo de la pura atracción sexual o del orgullo herido. Salvo, quizás, en el caso de los padres de Jenna (Tom Wilkinson y Blythe Danner), que resuelven pronto (tal vez demasiado pronto) una crisis parecida.
La dirección de Tony Goldwin no brilla por su vivacidad ni muestra demasiada pericia para equilibrar una historia que quiere ser coral, pero sabe sacar provecho de sus excelentes actores y sostener el interés más allá de un final que demora un poco en llegar