A la hora de los veredictos finales, el programa basado en la novela de Dickens se hizo camino a punta de buenas críticas y de una capacidad de mantener al espectador en ascuas sólo comparable con las propias historias del autor de Oliver Twist. En efecto, Little Dorrit se dividió en 14 capítulos emitidos por la televisión británica entre octubre y diciembre del año pasado, cada uno de ellos aplicando la invencible regla del cliffhanger. Este dispositivo narrativo tan habitual en Dickens consiste en dejar una acción a medio desarrollar al final de cada episodio, de manera que el espectador deba seguir casi por instinto su conclusión en el comienzo del siguiente capítulo.
El autor siempre trabajó lanzando sus obras por entregas en periódicos y revistas, siguiendo su corazón y también la respuesta del público lector, transformándose en el pionero de lo que hace un guionista moderno de TV (en español existe la novela, titulada La pequeña Dorrit).
Pero más allá de las formalidades narrativas, esta miniserie (que debería llegar al país en el primer semestre de 2010) tuvo una especial conexión con la realidad del último año. Su historia se ambienta en el marco histórico y económico de un país plagado de especulación económica y deudores encarcelados. En Estados Unidos no faltaron quienes vieron paralelos con la crisis económica gatillada el año pasado, atribuida al negocio inmobiliario.
Desde mi celda
Little Dorrit transcurre en la prisión para deudores de Marshalsea, legendaria cárcel británica durante 500 años y hogar, a la fuerza, de la familia Dorrit, cuyo patriarca es puesto tras las rejas a raíz de un negocio malogrado y por las deudas excesivas.
Un dato fundamental es que el propio padre de Dickens, el empleado de la Armada Real Británica, John Dickens, fue encarcelado junto a su familia en esta misma prisión, en el año 1822. Sólo el pequeño Charles se libró, pero a cambio de trabajos esclavizantes en una factoría cercana.
La prisión de Marshalsea fue demolida en 1842, después de que Dickens publicará Los papeles póstumos del club Pickwick, la primera de las novelas donde la describe. Su mala fama se basó en su condición de lugar predilecto de chantajes. Enclavada en un barrio particular, algunos de los deudores más afortunados podían instalar negocios y hasta restaurantes, mientras que la gran mayoría vivía en pequeñas habitaciones que soportaban hasta 12 internos. Así las cosas, quienes tenían la fortuna de contar con un acreedor misericordioso y poco dado a cobrar intereses excesivos, albergaban alguna esperanza de salir de prisión.
A diferencia de las novelas más populares de Dickens, la protagonista es ahora una mujer, una chica que en contraposición a personajes como el más pícaro e imperfecto Oliver Twist, es modelo de buena fe. Nacida, criada y educada en prisión, Amy Dorrit (en la serie es Claire Foy) logra a veces salir a la ciudad y, en una de esas escapadas, se enamora perdidamente de Arthur Clennan (Matthew MacFadyen), un noble. Sin embargo, al parecer el recién fallecido padre de Arthur tuvo que ver con el descalabro económico del señor Dorrit (Tom Courtenay).
Paralelamente, como suele suceder con las grandes novelas decimonónicas, se atan muchas otras historias, mezclando amores no correspondidos (Arthur galantea a otra chica y sólo ve a Amy como una amiga), criminales (un par de franceses escapados de Marsella) y la descripción certera del Londres de la primera mitad del siglo XIX.
Calificada por The New York Times como "una serie fascinante en los márgenes y en el centro, con personajes verosímiles de todas las clases sociales", Little Dorrit fue adaptada por Andrew Davies, responsable de la celebrada serie Orgullo y prejuicio (1995). Aun así, su mejor carta de presentación siguen siendo las palabras con que el propio Dickens describió la prisión de Marshalsea después de ser demolida: "Aún se pasean todos los fantasmas de sus miserables años. Afortunadamente ya se ha acabado y el mundo no es tan malo tras su desaparición".