Es sabido que en los últimos años el Oscar ha apostado en varias ocasiones por películas a las que la diversidad sexual les concierne, lo que, viniendo de una entidad tan preocupada por la corrección política como la Academia de Hollywood, podría parecer un gesto de incipiente apertura, aunque también el supuesto reconocimiento a la “versatilidad” con que actores o actrices mayormente straight encarnan personajes homosexuales —como si éstos vinieran de otro planeta—; un “desafío” que genera el mismo encantamiento en la Academia que ver a mujeres bellas haciendo de feas (¿será, en ambos casos, premios al “sacrificio”?).
Y si bien era un voto casi cantado que este año Sean Penn se alzaría con la estatuilla por su papel en el film de Gus van Sant sobre la vida del militante gay Harvey Milk, ¿acaso a alguien se le cruzó por la cabeza que esa película y no Slumdog Millionaire podía ganar el Oscar? Menos aún siendo Milk una película de alto voltaje político, lo que ya le quitaba de entrada casi cualquier chance. Amén de no contar con ningún gay, lesbiana o trans haciendo de psicópata, asesina o —aunque el protagonista es una víctima— muriendo de asfixia dentro del closet o en el mismo instante de ser descubierta dentro de él, ya que ésas son las historias que más le gustan a Hollywood. Como prueba, valga una revisión de los últimos años de premios en este sentido:
William Hurt, mejor —y sufrido— actor en 1985 por su papel en la adaptación cinematográfica de El beso de la mujer araña.
Tom Hanks, mejor actor por su personaje de un abogado enfermo de sida que lucha contra la firma que lo despidió a causa de su enfermedad en Philadelphia (1993).
Hillary Swank, quien en 1999 ganó el premio a la mejor actriz por su papel de un chico trans —masacrado y violado— en Boys don’t Cry.
De Nicole Kidman, que en 2002 ganó el Oscar por su interpretación de Virginia Woolf en Las horas, todo el mundo hablaba de su fea nariz.
Charlize Theron se impuso en 2003 por su protagónico en Monster, film en el que encarna a Aileen Wuornos, una lesbiana asesina serial.
Philip Seymour Hoffman, un alivio, mejor actor en 2005 por Capote y Sean Penn, por la mencionada Milk.
A esta lista habría que agregar las nominaciones de Javier Bardem por su interpretación del escritor cubano Reinaldo Arenas en Antes que anochezca (2000), la de Heath Ledger convertido en cowboy gay en Brokeback Mountain (2005), la de Felicity Huffman, quien compone a una transexual adorable en Transamerica (2005), y la que recibió la británica Judi Dench, en 2006, por su papel de una profesora lesbiana que acosaba a Cate Blanchett en Escándalo. Y si de pioneros se trata, forzoso es recordar las nominaciones de Peter Finch (en 1972, como mejor actor protagónico por su papel de un médico judío homosexual en Sunday Bloody Sunday), Al Pacino y Cris Sarandon (amantes en Tarde de perros, un film de 1975 en el que el primero atracaba un banco para costearle la operación de cambio de sexo al segundo, y que les valió a ambos nominaciones como actor principal y actor secundario, respectivamente), Cher (quien tuvo su primera nominación al Oscar por su interpretación de una lesbiana que compartía cuarto con Meryl Streep en la olvidable Silkwood, de 1983), Bruce Davidson (protagonista de Longtime Companion, primer film sobre el sida en la comunidad gay de Nueva York, en 1990), Greg Kinnear (el gay de Mejor imposible, película por la que Jack Nicholson ganó como actor protagónico en 1997), y Sir Ian McKellen (quien en Dioses y monstruos encarna a James Whale, el director de Frankenstein y La novia de Frankenstein, que en la ficción se enamora temerariamente de su joven y distante jardinero, interpretado por Brendan Frazer). Una lista que promete seguir agrandándose conforme Hollywood siga buscando nuevas maneras de diversificarse, que también son formas de sobrevivirse