Cuando las fórmulas se agotan sólo hace falta dar la vuelta a la nomenclatura para seguir estirando la vida de una gallina que no puede otorgar más huevos de oro. Para eso se inventaron las mal llamadas precuelas, para ir al origen de una saga cinematográfica y seguir indagando en las posibilidades comerciales del producto. Es lo que ha hecho el escritor Thomas Harris con su mítico personaje Hannibal Lecter, al que ha ofrecido una novela recién editada y un guión que se estrena en forma de película.
Tras Hunter, El silencio de los inocentes, Hannibal y El dragón rojo, Hannibal: el origen del mal se retrotrae a la infancia y a la juventud del psiquiatra, pero ni Harris ni el director del evento, Peter Webber, aciertan en sus respectivas tareas.
Harris compone un guión en el que, tras un trauma infantil, todo se basa en una tópica estructura de venganza contra los causantes del dolor. Muy poco más. Si acaso, unos cuantos guiños para los amantes de la saga con los que engañar durante un rato sobre la real trascendencia de su nueva incursión en la mente del personaje. Harris se equivoca al narrar el suceso traumático a través de continuos y muy reiterativos flases, que acaban convirtiéndose en una rémora para el desarrollo normal de la historia.
Tras Hunter, El silencio de los inocentes, Hannibal y El dragón rojo, Hannibal: el origen del mal se retrotrae a la infancia y a la juventud del psiquiatra, pero ni Harris ni el director del evento, Peter Webber, aciertan en sus respectivas tareas.
Harris compone un guión en el que, tras un trauma infantil, todo se basa en una tópica estructura de venganza contra los causantes del dolor. Muy poco más. Si acaso, unos cuantos guiños para los amantes de la saga con los que engañar durante un rato sobre la real trascendencia de su nueva incursión en la mente del personaje. Harris se equivoca al narrar el suceso traumático a través de continuos y muy reiterativos flases, que acaban convirtiéndose en una rémora para el desarrollo normal de la historia.