"Se nota que es de buena familia, pero como la va de progre intenta disimularlo poniéndose esa horrible ropa de chica bohemia.” Palabras más, palabras menos, eso piensa Barbara Covett, la primera vez que ve a Sheba Hart. Pero como en inglés to covet es codiciar, anhelar, ambicionar, esa encarnación definitiva de la solterona emponzoñada, profesora de Historia en un colegio londinense, comenzará a tener para con su nueva colega sentimientos bastante más hondos. Y problemáticos. Cuando quieran darse cuenta, estarán enterradas hasta el cuello en la más autodestructiva de las relaciones, arrastrando tras de sí hijos, esposo y amante. Hijos, esposo y amante de Sheba. En cuanto a Barbara, parecería tener dos únicos amores: su gato y su colega, la nueva profesora de artes plásticas. Basada en una novela y con guión de Patrick Marber (autor de Closer), Escándalo suena a paráfrasis de La hora de los niños, la obra de Lillian Hellman que William Wyler adaptó dos veces para el cine. Allí, una alumna despechada denunciaba a las directoras de su colegio por mantener una relación “anormal”. Aquí también hay sentimientos de posesión amorosa, deseos transgresores, homosexualidad latente y la sombra incesante de lo que el título de la película proclama, en el marco de un triángulo en el que no deja de intervenir un alumno. Dirigida por ese transcriptor de guiones que parecería ser el británico Richard Eyre (en Iris convertía a la gran escritora Iris Murdoch en enferma de la semana), además de destilar esa clase de veneno elegante que sólo en el Reino Unido parecería poder conseguirse, el guión de Marber arma el intrincado cuadro como una araña la tela. Con la misma dedicación, artesanía y paciencia. Y con la misma intención: atrapar en ella a sus criaturas, para darles un aciago destino.
Con mirada predadora, siempre con trajecitos de tweed y zapatones, su condición ilustrada y su tendencia enfermizamente reclusiva justifican que Barbara Covett (la nominada Judi Dench) lleve un diario personal, y que ese diario ostente un depurado estilo literario. Estilo que da pie a Marber para lanzar dardos, sin duda brillantes. “Ella fue la pica que se clavó en la inmensidad polar de mi soledad”, “Me tratás como a un desperdicio tóxico del que hay que deshacerse” o “Judas tuvo la dignidad de colgarse de una cuerda; pero eso sólo según Mateo, el más sentimental de los apóstoles” son epigramas cargados de literatura tal vez. Pero es literatura que funciona. Frente a Mrs. Covett, explosivo cóctel de posesión desesperada (en una actuación desbordante de matices, Judi Dench logra infundir el terror y la ternura de un vampiro emocional), una frágil, sexy y civilizadísima Cate Blanchett (también nominada y perdedora) funciona como contraparte perfecta.
Madre de un chico Down y una hija after punk, ex darkie ella misma y casada con un escritor amoroso e hipercomprensivo (un gesticulante Bill Nighy), en cuanto un alumno pícaro le dedica un gol en el recreo, Sheba cae de rodillas frente a él. Literalmente. Es esa escena, observada por Barbara, la que desata el desastre que se viene. Desastre en más de un sentido. Ya que, cuando la relación entre ambas pasa de lo civilizado a lo salvaje, en lugar de internarse en la resbaladiza frontera entre ambos órdenes, como lo venía haciendo, el guión se echa atrás y decide oponerlos, de la más maniquea de las maneras. La última parte plantea una “normalidad” amenazada, representada por la rubísima burgueprogre y su familia, y la loca que lo amenaza, degenerando en una suerte de Atracción fatal chic e ilustrada. Hacia ese derrumbe venía apuntando, desde el minuto cero, Philip Glass, nominado también por su banda sonora. Llevado tal vez por el horror al silencio, Glass parecería disputarle al director la dirección de la película, recargándola de crescendos, subrayados y ostinattos, que no hacen más que anticipar la desencaminada resolución.